01 abril, 2015

TT

En el comedor nos sentábamos separados. En las juntas, de frente. 
Me gustó al instante. No tuve que escuchar su voz, ni saber su signo zodiacal, ni su estado civil  ni mucho menos saber su historia. Lo ví y le ví ese algo que solo tienen los que se quedan para siempre. 
Me doblaba la edad, me doblaba en experiencias y me doblaba en tragedias.

Yo había llegado a ese lugar porque sabía que no había otro lugar en el mundo donde pudiera estar, donde me pudieran juntar todas las piezas desvalagadas. El había caído ahí porque no tenía opción, era eso o la muerte. Y por eso decidió probar suerte, y no supo que peor que la muerte, me encontró a mi.

Cuando supe que se llamaba igual que mi perro, lo tomé como un buen augurio.
Cuandome enteré que tenía 7 mujeres en su vida, no me pareció mal número el 8, siempre me ha gustado ese número.

Cuando dijo que estaba casado, sabia que lo nuestro nunca iba a cruzar los límites físicos pero que mentalmente nos íbamos a acabar.

Vivimos juntos dos meses. No era como que compartíamos el baño o la cama, pero si la cocina, el patio, la sala de juntas, la tele, los juegos. 

Me (nos) contó todos sus secretos. Ahí no era un lugar donde podías quedarte con algo, era parte del proceso desembuchar todo y así fue. 


No lo volví a ver, no volví a saber de el. En mis viejos y amados tenis tengo escrito su nombre, escondido, sordeado. 

Nota: TT parece un pi mal hecho

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