03 septiembre, 2016

MASK


Viernes media noche. No es raro que me haya quedado en la casa en lugar de andar parrandeado (<——palabrota). Me preparé un clamato  estilo Tite obvio sin alcohol para acompañar mi antojo de madrugada: papitas sabritas con salsas y limón (munchie antojado patrocinado por mi sisterna).

Estoy en pijamas con la cara toda picoteada como si me hubieran atacado abejas asesinas porque fui de novedosa a que me hicieran un facial. Hazme el chingado favor. Andar pagando para que te hagan daño, porque resulta que esas madres duelen un chingo y nadie me dijo. Equis, yo nada mas pensaba sádicamente que el dolor que estaba experimentando en algún momento se iba a convertir en endorfinas de la felicidad. 

Hoy si tengo ganas de ver tele. Lo que sea. Volví a ese artefacto después de haber tirado al león por unos añillos. Para variar no hay nada digno de ver, entonces mi peor es nada es una película noventera que toooodos hemos visto: The mask. La dejé por mera nostalgia. En la “casa vieja podrida”* era de cajón verla una vez por semana. Mi papá la había grabado de la tele en una VHS (ah, la piratería de hace 20 años) y a cada rato la poníamos. La vimos tantas veces que un día se rompió por tanto uso.

Yo creo que tenía como diez años de no verla y descubrí algo bien chistoso: imité inconscientemente a la Cameron Diaz. Pinche descubrimiento loco. Resulta que me impactó tanto la escena donde sensualmente canta y baila que la recree en mi juventud, digo, no la escena en sí, pero el look: pelo bien güero, media cola de caballo con crepé, vestidito muy corto dorado pegado al cuerpo, taconazo y pico colorado. Tan cliché me sonó al escribirlo, pero estoy segura de haberme visto en el espejo al menos tres veces en mi vida. Lo que más me sorprendió fue el vestido, la neta es que creo que tengo como unas cinco versiones de esa garra y contando. Soy mucho de usar el dorado y tal vez todo tiene sentido ahora. 

Que simpática la manera en la que hice un enlace de una película de mi infancia con mi vida adulta. Supongo que así funciona el cerebro. Ya había yo discutido esto hace unos días: mucho de lo que somos hoy en día los “grandes” se lo debemos a lo que vimos e hicimos de niños. Me pregunto que tanto más hay por descifrar de mis comportamientos actuales que son marcados por momentos de mi niñez y bueno, solo puedo concluir en que si mi película favorita siempre fue Alicia en el país de las maravillas hay mucha tela que cortar…


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La casa vieja podrida es un apodo y chiste local-familiar para la casa donde vivíamos de chiquitos.