02 diciembre, 2017

ABBI

El avismo volteó a mirar a mi. Chingas a tu bomba madre Nietzche. Chinga a tu rebomba madre con cada partícula de tu ser. 

Desde que te conocí en el cuarto de mujeres de Caminando Unidos o ¿cómo vergas se llama ese lugar en Santiago? No tengo puta idea porque son bloqueos mentales, pero de Sofía escupiendo cuanta Zaratrusta decía. Y los oleos por todos los salones y pinceles que no entendía, y aceites que me confundían, y albercas de noviembre que nadaba. Las carnes asadas, la música, los domingos de las familias, el cuarto de las reuniones, los tres psicólogos, la jefa, las de la cocina, el 25 de noviembre no se olvida, en mi cara y casi en mis brazos se murió Rudy. Recuerdo perfecto ese día. Rudy estaba en silla de ruedas, tenía diabetes y olía y apestaba a muerte. Jamás pensé que fuera a ese lugar a descansar. Que la ultima sopa es la que le di de comer y el gatorade que me compartí fue lo dejó a la mitad. Ni siquiera supe que hacer, era un lugar donde había que cuidar, economizar. Lo metí sin pensarlo al refri para cuando se me ofreciera, porque hacía ejercicio. Todos los pinches días corría, subía y bajaba escaleras, me lanzaba en el piso a hacer marionetas, me ponía a bailar sólo cuando me prestaban música. Hellandia. Y las historias de los árboles y el jardinero Pilo. Y Maricela la que corta el pelo que a los tres minutos de agarrar mi greña me dijo que si me había trasquilado mi pelo, y esas locuras no se pueden ocultar, no hay ni como disimular. Ese fue un bottom line. Deep shit. Agarrar unas tijeras y empezar a cortar pedazos por todos lados. Como dice, meterle la tijera. Y al final no reconocer al capullo que hay detrás del espejo.

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