02 febrero, 2018

ASFIXIA

Tercera chillada del año patrocinada aparentemente por el ataque de asma de Marcelo.

Llegó a rastras doblado de impotencia por no poder respirar mientras pedía su inhalador. Ni siquiera gritaba (dah, pos claro, ¿cómo va a gritar si no tiene aire en los pulmones?) pero no era necesario oír gritos para saber que estaba rompiéndose.

Noté que no quería llamar la atención y minimizaba su dolor diciendo que estaba bien.

Enfermería cerrada y Sandra extraviada. ¿Sabes lo que signigica para tu cuerpo y mente desorientado que tengas en tu poder la responsabilidad de encontrar a esa mujer a como diera lugar en el tiempo más corto existente? Estamos hablando de alrededor de 32 salones (sin contar cafetería, gimnasio, canchas, baños, oficinas).

¿POR DÓNDE SE EMPIEZA, VERGAS?

Con un "esta en Casa de Niños". Eso simplifica mi búsqueda a 4 salones. Primer salón: no esta aquí. Segundo salón: por telefóno ya la habían localizado.

Córrele, pero córrele pendeja.

Sólo Ana con Marcelo. Y ábrete sésamo.

No se lo dieron, él lo agarra. Sacó un dispositivo móvil azul bicolor compuesto de tres parte: la capa, la tapa y el cilindro de metal con medicamento.

Quita tapón. Agita. Abre su boca e introduce el aparato en ella. Presiona. Inhala. Inhala. Repite tres veces.Calma instantánea.

Y lo entiendes perfecto porque para ti darle ese jalón produce el mismo efecto sólo que no en tus bronquios sino en tu chompeta.

Pero a ver, no fue el susto de la asfixia infantil, por supuesto que no fue eso: fue la ametralladora de memorias y emociones disparadas por ligar el acontecimiento con el asma de mi papá.

Es increíble poder detectar en el preciso momento la fuente de tu dolor. Y es tan claro: lo extrañé muchísimo y sentí el dolor y miedo que sufrió cuando estaba chiquito y eso me llenó de una infinita tristeza. Me dolió no tenerlo todos los días en mi vida. Lo extrañé en esos episodios tan esporádicos pero que son solo los puedo relacionar con el: lucha asmal.

Y el inhalador que viste toda tu vida. Lo sigues viendo en algún cajón olvidado. Y recuerdas la su alivio producto de poder respirar. Recuerdas que su cáncer fue de pulmón y no dejas de culpar a su tristeza y a la respiración. Miedo de carecer amor y al mismo tiempo, incapaz de recibirlo. La rebelión interior de no aceptar aire. No querer nada de afuera, aunque eso me lleve a la muerte. La tristeza más inmensa en la primera infancia: huérfano de padre. Dependencia represiva con la madre.

Mi mecanismo de defensa fue correr al baño a dejar correr las lágrimas. Berrear sentada en la taza del baño no funcionó. Sentarme en el banquito de la enfermería con Sandra y hacer catarsis de mis emociones fue la mejor de las estrategias. Ella no sólo conocía a mi papá, habían trabajado en muchísimas ocasiones. La enfermera y el doctor. Y se cura también esa parte que no perdoné por tantos años. Porque cara a cara con ella, todo tuvo sentido. Respondió con lágrimas y el abrazo selló nuestra complicidad.

Quedó sí, una marcada resaca emocional tan parecida al día de hoy: frío y húmedo por las esporádicas lluvias. Y me clarísimo también que mi breve estadía en el Boulevard de los Sueños Rotos fue una gran revelación porque así me doy cuenta que no se está tan mal en la Calle Melancolía y aunque no vivo en el siete, no es el Bule.

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