07 junio, 2015

DÏAS

Un día llegas a tu casa y en tu jardín te encuentras sin previo aviso a tu amiga más vieja, con la que pintabas con gises en las calles, jugabas a encontrar palabras en dados, la de la casa con un  cuadro de payaso y una mamá que toca el pandero, la de todos los días cuando estudiabas carrera y la que no volviste a ver después del Nueve.

Otro día, de esos días, te pasa que te sientas en la barra de la cantina que mas quieres conocer de tu ciudad, donde no se sientan viejas; no solo te la prepara, sino que el mismo Tite te regala el clamato recién preparado y el reloj apenas marca las doce del mediodía. Sospechas que tus días no son tan malos.

En alguno de esos (mismos, estos, ahora)  días te paras en la orillita de la mina a cielo abierto que esta peligrosamente craquelada, pero no importa, porque alguien esta grabando todo, por si tropiezas. Te devoras mejillones, aguachile, fetuccini. Bañas a tu mascota. Te arrancas con los dientes y la lengua todas las uñas que tienes en las manos. Hundes la cara en la almohada para que no se escuche tu grito y la funda absorba todas las lágrimas. Escuchas la de The Smiths una y otra y otra y otra vez. Te masturbas encerrada en tu cuarto volteando a ver la luna llena. Escribes en papeles cuanta mierda te pase por el cerebro. Viajas a China y Moscú en dos días. Llega al mundo otra Valentina. Celebras el día que tus papás tienen 32 años de casados y 33 de pareja.  Dejas de comprar café porque te despiertas mas temprano para prepararlo tu. Pides un deseo cuando prendes el globo de Camboya. Pides un deseo cuando son las 11:11. Pides un deseo cuando te encuentras una pestaña en un cachete. Te acuestas en un pasto recien podado y recien regado para ver si el cielo te regala una estrella fugaz, porque quieres pedir un deseo. Siempre pides lo mismo.

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