23 noviembre, 2017

¡OH, NO! ¡TRAGEDIA!

A María siempre la pusieron bien -acá- los morenos.
Entre más tuvieran la piel tostada, más mojada.

Los ojos negros y profundos (como cualquier metáfora que los mencione: llámese la fría noche sin luna, el abismo del mar, los pelos de la panocha) eran su mero mole.

Pero OH NO, TRAGEDIA.

María no quería bebés prietitos, María sabía que si seres vivos iban a salir de su va-jay-jay tendrían que ser rubios y ojiverdes.

María no iba a amamantar niños cenizos.

Pero a María, a María no se le antojaban los güeros, esos no la ponían cachonda. Los güeros según ella a nadie en este planeta podían poner cachonda.

Cuando estaba a punto de arrumbar su vida a la goma porque no cesaba su irreparable dilema mental, pensó en las trilladas y absurdas palabras de su abuela Crisancia -cuidado, ahí viene un lugar común- "Pos uno como quiera, ¿Y las creaturas?".

María carga en sus brazos a una lindísima María Joaquina pero cada que ve en la calle a un Cirilo, babea.

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