Es increíble juntar los calcetines del cajón de mi clóset y los que esperan en el rincón olvidado de mi lavandería.
Es la alegría de ver caras conocidas. De no solo verlas, de reconocer a tu par, a la que es como tú, no igual ni parecida, idéntica.
Perfecta. Justa. Sin esa parte, cualquiera de los dos hubiera ido a la basura. A parar al cajón de los trapos rotos. Directo a la chimenea. Sabemos que no existe vida después de eso. Inútil ese que vive sin par, porque recuerda, son dos piernas. Para bien o para mal, son dos pies, dos zapatos.
Y de pronto, ese encuentro entre dos perdidos, es perfecto; repito, es la paz que produce ver esa cara conocida.
Encuentro mágico. Pensarlo perdido y descansar porque la mitad estaba paciente y melancólica, esperando en la esquina, porque tampoco sabía que había pasado contigo.
Se unen. Se reconocen. Se hacen rollito y regresan a Los Pares, a la fiesta principal que ocurre en el cajón. Y en la zapatera te esperan los zapatos cerrados negros de plataforma o los tenis nike para correr. Empieza la aventura, y saludamos Los Todos Sucios en la lavadora (proceso delicado y espumoso) y viaje a la secadora (sesenta minutos de vueltas calientes).
Se unen. Se reconocen. Se hacen rollito y regresan a Los Pares, a la fiesta principal que ocurre en el cajón. Y en la zapatera te esperan los zapatos cerrados negros de plataforma o los tenis nike para correr. Empieza la aventura, y saludamos Los Todos Sucios en la lavadora (proceso delicado y espumoso) y viaje a la secadora (sesenta minutos de vueltas calientes).
Y recuerdas que eventualmente llegarán los días de calor desértico y en verano irás al tendedero a tomar el sol y saludar a tus chidos vecinos. Rico ser un calcetín con par porque si no, nada de eso sucedería.
Long live The Socks.
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