Nos escapabamos a la azotea para sentir que estábamos fuera de la ciudad.
Inventamos una playa con arena de cemento, cantos de sirenas que eran carros y ambulancias, la brisa que nos caían era no de océanos sino que de montañas.
Inventamos cada día ese lugar porque no teníamos donde estar y no queríamos estar en ninguna otra parte. Todavía no tenemos idea si ese lugar nos eligió a nosotros o nosotros lo escogimos a el.
Poco a poco nuestra azotea fue pareciéndose más a nuestra idea de paraíso, donde estaba bien estar solo ocon alguien más, pasar la mañana tumbados en el sol o la noche empaparnos con luz de luna, polvo de estrellas, visitantes de fuera, cometas a lo lejos o cualquier otro planeta.
Pero el que mucho azotea, azota. Y mi chingazo estuvo bien dado. La caída intensa. El golpe duro y la cicatriz de lombriz.
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